La meta no sólo era encontrar una planta resistente, sino que la planta reuniera también las cualidades de productividad necesarias para que su cultivo fuera rentable. Ese año sus ensayos no dieron resultados, porque la mayoría de las plantas morían y otras no daban cosecha, o las cualidades de producción y fibra no llenaban el requisito esencial de rendimiento económico. A pesar de esos resultados el ánimo de Don Fermin Tangüis no decayó y al siguiente año inició una nueva serie de experimentos. Recorriendo nuevamente los campos de algodón devastados por la peste, “pasó por la hacienda Zárate y vio con gran asombro una planta que vegetaba lozana y que era completamente distinta del Egipto: tenía fibra larga era muy blanca, de gran colchón y de brote Belloso.
Determinó entonces seleccionar esta clase que parecía reunir buenas condiciones, se echó al bolsillo diez bellotas, junto con algunas otras clases de algodón que encontró en el mismo campo. Determinó el porcentaje de fibra, dándole el 45%. Como se ve era un porcentaje elevadísimo. Vio que las semillas eran chicas y con algunas rayitas de pelusa que corrían a lo largo de la semilla”; Y así continuó con sus experimentos hasta que el séptimo año pudo sembrar mayor cantidad del algodón que había finalmente seleccionado y la regaló a los agricultores de la zona diciéndoles: “Aquí tienen una clase de algodón buena, resiste el decaimiento y produce más”.